Contrariando el esterotipo de Lima

Mientras iba en el avión de Argentina a Perú, leí en una guía de turismo sobre un ensayista peruano, Sebastián Salazar Bondy, quien bautizó a la capital de este país como “Lima la horrible”, describiendo su típica niebla como una “garúa tenaz, un polvo flotante, una fría bruma”. La guía, por su parte, indicaba que aunque a priori Lima pareciera no tener el atractivo inmediato de otras grandes ciudades de Latinoamérica, escarbando un poco se pueden encontrar zonas, barrios y calles muy lindas, pintorescas y dignas de ser visitadas.

Debo decir que adhiero firmemente a la opinión de la guía. Tuve la oportunidad de recorrer bastante Lima durante mis vacaciones y resulta que la ciudad no tiene desperdicios, si uno sabe dónde buscar. Encontré algunas perlitas que no quiero dejar de lado.

Por empezar, el centro histórico de la ciudad tiene todo lo que uno puede esperar de un lugar denominado así: edificios antiquísimos, arquitectura colonial y una Plaza de Armas o Plaza Mayor en la que bien vale la pena una foto panorámica, con la Municipalidad y las iglesias en las calles aledañas. Y a unas pocas cuadras de ahí, la plaza San Martín, en honor al libertador del Perú (junto con Chile y Argentina) en cuyas calles paralelas se encuentran el hostal San Martín y el hotel Bolívar. Ellos, junto con el hotel Maury, muy cerca de allí también, se disputan por ser la máxima autoridad en la invención del clásico pisco peruano. Trago que, por cierto, vale la pena probar, en su clásica versión “sour”, así como en los cocteles con maracuyá y otras variedades.

Dentro de lo que podemos llamar el centro de Lima (el clásico “dowtown”), se encuentra también el barrio chino de la ciudad. Aquel que tuvo la suerte de visitar el barrio chino de diferentes ciudades del mundo, podrá encontrar una similitud clara: el típico portal de entrada al mismo: una arcada espectacular en el medio de la calle, con estatuas de dragones e inscripciones en chino, que invitan a recorrer el lugar, habitualmente atestado de gente, de ofertas y de vendedores ambulantes.

Los comerciantes venden todo lo que a uno se le pueda ocurrir en ese lugar, desde pinturas de todo tipo, pasando por carne, pescado y otros alimentos expuestos, hasta por disfraces de cotillón, herramientas y souvenirs de la ciudad.

El paseo por la peatonal de ese barrio, en la que se pueden apreciar los animales del zodiaco chino dibujados en el piso, se mezcla con las famosas “chifas”, restaurantes que combinan la comida oriental con la gastronomía peruana.

Por más que uno vaya de vacaciones, está bueno vivir un rato como un peruano más, mezclarse entre la gente, aun si uno no pasa desapercibido. Para eso, nada mejor que tomarse el Metro. Ojo, no es subterráneo, aunque algunas estaciones estén bajo tierra. Es un bus que tiene su carril propio en la autopista, con estaciones determinadas en las que se detiene sí o sí, igual que el subte. Es el mejor medio de transporte para llegar en forma rápida y segura al centro. Y aunque uno no tenga la tarjeta que se necesita para pasar los molinetes, es una costumbre pagarle 2 soles a cualquier ciudadano local que pase por ahí para que cargue la suya propia y te haga pasar.

Y si de sentirse un peruano más se trata, por qué no tomarse una de las combis que recorren toda la ciudad. Por la módica suma de 50 céntimos o 1 sol uno puede viajar de una punta a la otra de la ciudad. Apretado cual sardina, aplastado entre la gente que sube y baja constantemente y chocando la cabeza contra el techo. Pero uno llega a destino igual, doy fe, y las condiciones del viaje son sin dudas parte de la aventura.

La mezcla entre la arquitectura moderna y los edificios coloniales forma parte del encanto de Lima, así como las historias de culturas pre incaicas, leyendas y construcciones incas. Es llamativo el sincretismo que se evidencia en las majestuosas iglesias y en otros lugares de la ciudad, donde las creencias y la filosofía incas se mezclan  a primera vista con el adoctrinamiento español del siglo XVI. Investigar un poco sobre todas estas cuestiones resulta por demás interesante, se los aseguro y recomiendo fervientemente.

Una visita al Monasterio de San Francisco, cuyo museo e increíbles catacumbas (entrada a 7 módicos soles) dan cuenta de la historia viva de Perú y de cómo se comportaba la sociedad de antaño, con sus creencias, castas y diferencia de clases. El misterio de las culturas autóctonas y su mixtura con la filosofía española es parte del atractivo indudable que tiene esta magnífica ciudad, con su crisol de vivencias a flor de piel.

En definitiva, quizá Lima no tenga la mística de otras grandes ciudades latinoamericanas, pero les aseguro que vale la pena visitarla. Escarbando un poquito y a veces ni siquiera tanto, uno puede encontrar varios tesoros escondidos, que vale la pena descubrir.

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